Carolina y Juliana compartieron su trayectoria académica en la universidad, pero tras graduarse, emprendieron caminos diferentes. Carolina se sumergió en el ámbito de las revisorías fiscales, mientras que Juliana optó por trabajar en una agencia de viajes.
La búsqueda de imprimir su sello personal las llevó a tomar la decisión de renunciar a sus empleos respectivos. Con determinación y escasos recursos, aceptaron la invitación de un cliente para establecerse en un espacio que recordaba al cuarto de Betty La Fea, donde una entrada significaba que la otra debía salir.
Mientras tanto, Carolina mantenía una relación con un abogado desencantado de la política pero enamorado de las empresas, la carpintería y, sobre todo, de ella.
Eventualmente, decidieron casarse.